Algunas
leyendas de los Pueblos de Tlalpan
Las leyendas como una evocación de
acontecimientos pasados manifiestan la riqueza narrativa y la imaginación de
los habitantes de determinado lugar para testimoniar sus creencias, héroes,
experiencias y aspectos históricos. De forma particular, los pueblos de Tlalpan
que son ricos en historia, cultura y tradiciones destacan por relatos fantásticos
que dan vida a sus leyendas, sus temas son variados, pueden ser religiosos,
sobre seres extraordinarios, tesoros, aparecidos, calles, parajes, entre otros. Los relatos sobre la Llorona que se presentan a continuación reflejan parte de la vida cotidiana de los habitantes del Ajusco,
dando cuenta de las vivencias y creencias.
Relatos sobre La Llorona
Las lamias son seres extrahumanos que parecen derivar –en la
denominación y alguna de sus características- de aquella Lamia, amante de Zeus,
que enloquecida porque Hera hizo morir a los hijos que ella había tenido con el
dios robaba a otros niños de los brazos de sus madres para darles muerte. Pero
la lamia adquiere en cada tradición
cultural sus propias formas (García de Diego, 1958 en González, 2007: 154). Así
cada pueblo tiene su propia lamia, en
México la llamamos La Llorona, la leyenda colonial cuenta que una mujer hermosa
de tez blanca y cabello largo asesinó a sus hijos por un desengaño amoroso,
luego se suicidó y que vaga por las noches lamentándose por su acción. Sin
embargo esta leyenda tiene sus antecedentes en la época prehispánica, en la
Cihuacóatl o mujer serpiente que vagaba en las calles de la gran Tenochtitlán
gimiendo y lamentándose.
En la actualidad, La Llorona sigue
apareciéndose en ciertos sitios dónde la noche sigue inspirando temor: en las
encrucijadas de los caminos, en las cuevas, en los bosques o en los callejones.
Su paso por estos lugares va acompañado de un grito estremecedor que llena de
espanto los corazones, dicen algunas personas que cuando el lamento se escucha
lejos es cuando más cerca está del que la escucha. La Llorona camina clamando
angustia. Su figura fantasmal vestida de blanco desfila ante los ojos de los
incrédulos como una visión enigmática y atrayente al mismo tiempo. Algunas
calles y algunos lugares de los pueblos del Ajusco no son ajenas a las
apariciones de la Llorona como los siguientes relatos.
I
Fue una noche de octubre de 1998,
cuando Ernesto venía de visitar a unas personas, bajaba por la calle de Pedro
María Anaya en San Miguel Ajusco con el caminar que lo caracteriza, erguido y
atento observaba la calle, su mirada se detuvo en una mujer, era la única que
junto con él caminaba a esas horas de la noche, no pasaban de las doce. La vio
de espaldas, venía vestida de blanco como si estuviera arropada de novia, no
pudo verle el rostro ni siquiera el cabello. Sólo observó que caminaba en el
bordo de una banqueta.
Al pasar junto a ella la saludó como
hace toda la gente que vive en los pueblos. Ernesto le dijo: “buenas noches”;
pero no le hizo caso, por lo que pensó: “Señora grosera”. Siguió caminando,
habrá caminado unos cincuenta metros cuando sintió un aire que le caló hasta
los huesos, se le enchinó la piel y en eso escuchó un quejido largo, tenebroso
que lo aterrorizó: “¡Ayyyyy!”. Sólo fue un monosílabo pero le sirvió para
estremecerse y apresurar el paso, no se detuvo a ver qué pasaba, continuo
caminando, el lamento se volvió a escuchar. Se escuchaba muy lejos.
Dicen que cuando el sonido está muy
lejos es porque está más cerca La Llorona, Ernesto sintió como un escalofrío
recorría su cuerpo, sintió como si algo viniera atrás de él, siguió sin
voltear, tuvo que correr para alejarse de ese ser sin rostro que gemía en la
calle.
Al día siguiente Ernesto volvió a
pasar por la calle, era de día y pudo observar que en el lugar donde saludó a
la señora había un bordo que estaba sumido; por lo que sin duda, la señora no
estaba caminando estaba flotando. Este hallazgo volvió a estremecerlo, recordó
entonces el aire extraño que sintió la noche anterior, esa sensación jamás se
le olvidaría.
II
Cuando doña Fortuna Carmona tenía 35
años, allá por el año de 1980, iba al monte a recolectar hongos para luego
venderlos[1] y con ello ayudar a la
economía de su hogar. Subía con su comadre Lucha, por si llovía llevaban un
plástico para cubrir a Juan, su hijo de apenas dos meses de nacido. Además del
plástico llevaba su chiquihuite para poner a Juan cuando dormía y una canasta
para los hongos.
Todos los días salían desde la 5:30 de
la madrugada, cuando empezaba a clarear, y regresaba pasada las seis de la
tarde. Una tarde ya casi cuando regresaban venían caminando por “el varal”, que
es un lugar cerca de un llano donde se dan los hongos. Recuerda que venía con
hambre, ya había pasado cerca de dos horas de que se habían acabado los
plátanos y las tortillas frías que habían llevado para comer mientras
recolectaban.
Se soltó un aguacero, los truenos
estremecían el ambiente y el granizo pronto invadió el camino. Doña Fortuna, su
pequeño hijo Juan y la comadre Lucha tuvieron que buscar refugio pues el
plástico que llevaban resultaba inútil para cubrirse.
No paraba la lluvia torrencial,
caminaron hasta encontrar una cueva, al acercarse vieron con asombro y no con
poco horror como el camino se empezó a llenar de víboras. Se oscureció el lugar
y no paró de llover, tanto ella como la comadre vieron cómo aparecía una mujer
de cabello negro largo que caminaba sin zapatos sobre las víboras, recuerda que
la mujer vestía una blusa sin tirantes, lo que más le asombró es que la lluvia
mojaba incesante a sus acompañantes y a ella misma; pero la mujer que había
aparecido caminaba sin mojarse, la lluvia no caía en su andar. Escucharon un
lamento fuerte, vibrante y lleno de dolor. De la nada apareció un caballo
colorado e imponente, al cual montó la mujer y así como apareció desapareció.
Nunca más se la encontraron; pero cada vez que pasaban por el mismo lugar
apuraban el paso.
[1]Los habitantes de los pueblos llaman a
esta actividad honguear. La temporada
de lluvias es la que permite esta actividad, se deja que pasen entre 20 a 30
días después de las primeras lluvias y luego más o menos en agosto se va al
monte a recoger los hongos.
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