miércoles, 22 de octubre de 2014

La leyenda del colgado de Chimalcoyotl


Hace un poco más de cincuenta años empezó a crecer el pueblo de Chimalcoyotl, poco a poco llegó más gente. Todavía a finales de la década de los cuarenta había muchos lotes baldíos y grandes extensiones de milpas. El agua la tenían que acarrear de una llave pública que se encontraba en La Joya, las calles no estaban pavimentadas y mucho menos había drenaje. Esta situación habrá durado unas década más, por lo menos así lo cuenta Jaquelina Camacho. Su mamá, la señora Reyna Cáceres, vivía en la calle de Canela en la colonia La Joya, fueron de los primeros vecinos en comprar los lotes que había comenzado a vender la gente originaria de Chimalcoyotl.

En donde están ahora Los Residenciales de Oro Chico había un gran terreno en el que había milpas y en donde pastaban los animales. Se dice que durante la Revolución en ese terreno se colgó a un hombre, se desconoce los motivos; pero muy probablemente fue como castigo y advertencia a los que hicieran lo mismo que él. Su cuerpo quedó varios días colgado. Pasados los años surgieron algunos relatos alrededor de ese hombre colgado. Por ejemplo, la señora Reyna cuenta que algunas personas aseguraban a ver visto en ese terreno la sombra de un hombre colgado.


Una historia similar le ocurrió a Joel Ramírez, él cuenta que tenía 21 años y que venía de una fiesta. Era como la una de la madrugada, no había encontrado transporte público que lo llevara a su casa porque todavía allá por la década de los setenta era difícil encontrar uno, sobre todo, a esa hora de la madrugada. Por lo que había decidido caminar de la Joya a su casa. Los únicos acompañantes que iban con él era uno que otro perro que de vez en vez ladraba. Dice que al pasar por el terreno antes mencionado, el perro que en ese momento lo acompañaba comenzó a ladrar más fuerte, sintió una brisa fría e intensa. Su mirada se clavó en el imponente pirul que se encuentra en dicho lugar y vio la figura del hombre colgado. Se quedó helado ante el hallazgo tétrico, trataba de caminar pero sus pies no respondían, los ladridos del perro que sonaban con mayor intensidad lo despertaron del shock en el que se encontraba. En ese momento emprendió la huida, corría tan rápido como su cuerpo lo permitía. Llego a su casa con el rostro pálido, empapado de un sudor frío y con una sola cosa en su mente: la figura del hombre colgado. Desde entonces, cada que pasa por ese lugar, palpitaba su corazón con gran intensidad, siempre recordando al colgado de Chimalcoyotl.

Agradecimietos: Jaquelina Camacho, Reyna Cáceres y Joel Ramírez

miércoles, 15 de octubre de 2014

Algunas leyendas de los Pueblos de Tlalpan



Algunas leyendas de los Pueblos de Tlalpan

Las leyendas como una evocación de acontecimientos pasados manifiestan la riqueza narrativa y la imaginación de los habitantes de determinado lugar para testimoniar sus creencias, héroes, experiencias y aspectos históricos. De forma particular, los pueblos de Tlalpan que son ricos en historia, cultura y tradiciones destacan por relatos fantásticos que dan vida a sus leyendas, sus temas son variados, pueden ser religiosos, sobre seres extraordinarios, tesoros, aparecidos, calles, parajes, entre otros. Los relatos sobre la Llorona que se presentan a continuación reflejan parte de la vida cotidiana de los habitantes del Ajusco, dando cuenta de las vivencias y creencias.

Relatos sobre La Llorona

Las lamias son seres extrahumanos que parecen derivar –en la denominación y alguna de sus características- de aquella Lamia, amante de Zeus, que enloquecida porque Hera hizo morir a los hijos que ella había tenido con el dios robaba a otros niños de los brazos de sus madres para darles muerte. Pero la lamia adquiere en cada tradición cultural sus propias formas (García de Diego, 1958 en González, 2007: 154). Así cada pueblo tiene su propia lamia, en México la llamamos La Llorona, la leyenda colonial cuenta que una mujer hermosa de tez blanca y cabello largo asesinó a sus hijos por un desengaño amoroso, luego se suicidó y que vaga por las noches lamentándose por su acción. Sin embargo esta leyenda tiene sus antecedentes en la época prehispánica, en la Cihuacóatl o mujer serpiente que vagaba en las calles de la gran Tenochtitlán gimiendo y lamentándose.

En la actualidad, La Llorona sigue apareciéndose en ciertos sitios dónde la noche sigue inspirando temor: en las encrucijadas de los caminos, en las cuevas, en los bosques o en los callejones. Su paso por estos lugares va acompañado de un grito estremecedor que llena de espanto los corazones, dicen algunas personas que cuando el lamento se escucha lejos es cuando más cerca está del que la escucha. La Llorona camina clamando angustia. Su figura fantasmal vestida de blanco desfila ante los ojos de los incrédulos como una visión enigmática y atrayente al mismo tiempo. Algunas calles y algunos lugares de los pueblos del Ajusco no son ajenas a las apariciones de la Llorona como los siguientes relatos.
I

Fue una noche de octubre de 1998, cuando Ernesto venía de visitar a unas personas, bajaba por la calle de Pedro María Anaya en San Miguel Ajusco con el caminar que lo caracteriza, erguido y atento observaba la calle, su mirada se detuvo en una mujer, era la única que junto con él caminaba a esas horas de la noche, no pasaban de las doce. La vio de espaldas, venía vestida de blanco como si estuviera arropada de novia, no pudo verle el rostro ni siquiera el cabello. Sólo observó que caminaba en el bordo de una banqueta.
Al pasar junto a ella la saludó como hace toda la gente que vive en los pueblos. Ernesto le dijo: “buenas noches”; pero no le hizo caso, por lo que pensó: “Señora grosera”. Siguió caminando, habrá caminado unos cincuenta metros cuando sintió un aire que le caló hasta los huesos, se le enchinó la piel y en eso escuchó un quejido largo, tenebroso que lo aterrorizó: “¡Ayyyyy!”. Sólo fue un monosílabo pero le sirvió para estremecerse y apresurar el paso, no se detuvo a ver qué pasaba, continuo caminando, el lamento se volvió a escuchar. Se escuchaba muy lejos.
Dicen que cuando el sonido está muy lejos es porque está más cerca La Llorona, Ernesto sintió como un escalofrío recorría su cuerpo, sintió como si algo viniera atrás de él, siguió sin voltear, tuvo que correr para alejarse de ese ser sin rostro que gemía en la calle.
Al día siguiente Ernesto volvió a pasar por la calle, era de día y pudo observar que en el lugar donde saludó a la señora había un bordo que estaba sumido; por lo que sin duda, la señora no estaba caminando estaba flotando. Este hallazgo volvió a estremecerlo, recordó entonces el aire extraño que sintió la noche anterior, esa sensación jamás se le olvidaría.

II

Cuando doña Fortuna Carmona tenía 35 años, allá por el año de 1980, iba al monte a recolectar hongos para luego venderlos[1] y con ello ayudar a la economía de su hogar. Subía con su comadre Lucha, por si llovía llevaban un plástico para cubrir a Juan, su hijo de apenas dos meses de nacido. Además del plástico llevaba su chiquihuite para poner a Juan cuando dormía y una canasta para los hongos.
Todos los días salían desde la 5:30 de la madrugada, cuando empezaba a clarear, y regresaba pasada las seis de la tarde. Una tarde ya casi cuando regresaban venían caminando por “el varal”, que es un lugar cerca de un llano donde se dan los hongos. Recuerda que venía con hambre, ya había pasado cerca de dos horas de que se habían acabado los plátanos y las tortillas frías que habían llevado para comer mientras recolectaban.  
Se soltó un aguacero, los truenos estremecían el ambiente y el granizo pronto invadió el camino. Doña Fortuna, su pequeño hijo Juan y la comadre Lucha tuvieron que buscar refugio pues el plástico que llevaban resultaba inútil para cubrirse.
No paraba la lluvia torrencial, caminaron hasta encontrar una cueva, al acercarse vieron con asombro y no con poco horror como el camino se empezó a llenar de víboras. Se oscureció el lugar y no paró de llover, tanto ella como la comadre vieron cómo aparecía una mujer de cabello negro largo que caminaba sin zapatos sobre las víboras, recuerda que la mujer vestía una blusa sin tirantes, lo que más le asombró es que la lluvia mojaba incesante a sus acompañantes y a ella misma; pero la mujer que había aparecido caminaba sin mojarse, la lluvia no caía en su andar. Escucharon un lamento fuerte, vibrante y lleno de dolor. De la nada apareció un caballo colorado e imponente, al cual montó la mujer y así como apareció desapareció. Nunca más se la encontraron; pero cada vez que pasaban por el mismo lugar apuraban el paso.




[1]Los habitantes de los pueblos llaman a esta actividad honguear. La temporada de lluvias es la que permite esta actividad, se deja que pasen entre 20 a 30 días después de las primeras lluvias y luego más o menos en agosto se va al monte a recoger los hongos.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Construir ciudadanía





La ciudadanía implica algo más que tener derechos, es ante todo una práctica cotidiana. Es visible en las acciones, en las expresiones y en las luchas que emprendemos así como en las formas de relacionarnos con los demás. Implica valores y un grado de involucramiento con la comunidad, lo cual permite que nos preguntemos ¿de qué beneficios gozo? y ¿de qué me hago cargo?, que no son otra cosa que los derechos y las obligaciones.
Pero ¿cómo construir ciudadanía? en primer lugar: reconociéndola. Al reconocer nuestra ciudadanía, no solo reconocemos que tenemos derechos y obligaciones sino que nos reconocemos como seres que podemos cambiar nuestras condiciones existentes. Y para cambiarlas hay muchos caminos, la vía más conocida es la participación ciudadana como son: la exigencia pública, las marchas, la contraloría social o el voto en las elecciones, por mencionar algunas.
No obstante, existen otras formas de participación que pocas veces son reconocidas y que se relacionan con la identidad y el sentido de pertenencia a una comunidad como son la solidaridad, la reciprocidad, la cooperación y el compromiso social. Todas estas acciones las hemos realizado en menor o mayor grado en algún momento, por ejemplo: cuando pagamos impuestos, cuando donamos a daminificados, cuando cedemos el paso, cuando respetamos los señalamientos, cuando evitamos tirar basura en la calle, cuando ayudamos a algún vecino o bien cuando participamos en el mejoramiento de nuestro espacio público. Lo cual muchas de las veces lo llamamos "poner un granito de arena". 
Sin embargo, esta participación es más allá que poner un granito de arena, es una participación social que implica reconocer los grados de intregración de la comunidad, la socialización y permite impulsar la iniciativa colectiva, de modo que sin la solidaridad, la reciprocidad y el compromiso social muchas de las acciones comunitarias no podrían lograrse. Así que, para construir ciudadanía no sólo es importante la participación política en el espacio público sino la participación con nuestro vínculo más cercano: la comunidad.