lunes, 23 de marzo de 2015

Historias del agua: usos y control de los manantiales



 
Acabada la Revolución Mexicana inició una etapa de reacomodo en la nación. La organización social, económica y política tuvo que reestructurarse. En Tlalpan, sus habitantes comenzaron a preocuparse por los servicios elementales, como el acceso al agua. Y los Pueblos de Tlalpan no serían la excepción; pero era poca era la infraestructura y mucha la necesidad, así pues, las principales fuentes de abastecimiento como los manantiales serían una causa de conflicto.

En 1923 habitantes de los pueblos de San Pedro Mártir presentaron una carta dirigida ante la autoridad en la que exponían que su pueblo se asentaban sobre terrenos rocallosos y a considerable altura, lo cual provocaba una permanente carencia de agua potable que sumado al deterioro de la carretera por los conflictos de la Revolución agravaba su situación. Por lo que solicitaban la intervención de la Secretaría de Agricultura y Fomento a fin de realizar las gestiones para proveer agua a su poblado mediante la construcción de una obra hidráulica con una longitud de aproximadamente 10 kilómetros, comprometiéndose a ofrecer la mano de obra de alrededor 400 trabajadores (pobladores); y si el erario no podía sufragar el costo de la tubería pedían que se les otorgara un crédito que amortizarían mediante una Cooperativa a razón de 3 mil pesos anuales (Omaña y Arroyo, 2011).
No obstante, la petición ocultaba los ánimos, dificultades y tensiones que existían entre el pueblo solicitante y el pueblo del Ajusco por el control, acceso y aprovisionamiento y usos de los manantiales que nacían en los terrenos de los habitantes del Pueblo del Ajusco y de las corrientes de los ríos de San Buenaventura y Eslava que solicitaban como dotación de aguas (Omaña y Arroyo, 2011).
Tal apreciación la exponía el ingeniero Manuel Ramírez nombrado por la Comisión Nacional Agraria para las gestiones de dicha obra en los Pueblos, fundamentada también en los recorridos que había hecho y en los comentarios que había recibido de los propios pobladores.
Cabe decir que en 1924, a pesar de que dichos manantiales nacían en las tierras que pertenecían al pueblo del Ajusco, no habían sido declarados ni propiedad privada como alegaban los habitantes del Ajusco ni las aguas del río Eslava habían sido señaladas como propiedad pública. Hasta el 11 de julio de 1925 serían declaradas las aguas del río San Buenaventura y el río Eslava propiedad de la nación.
Tras un largo ir y venir en dependencias gubernamentales y negociaciones con los poblados aledaños al manantial, los habitantes del Pueblo de San Pedro Mártir lograrían tener acceso al agua hasta 1936 con la instalación de llaves públicas en las principales esquinas del poblado; pero sólo una parte la recibirían de los manantiales.


Bibliografía:
Ocaña, María Concepción Martínez, y Antonio Padilla Arroyo (2011): “Actores e Instituciones En El México Posrevolucionario. Resistencia, Luchas y Apropiaciones de La Política Hídrica En El Sur de La Ciudad de México.” Cuicuilco 18 (51), pp. 157–179.

domingo, 8 de marzo de 2015

Historias de luchas por el agua

I. "SIN EL AGUA NADIE VIVE"


En los Pedregales de Tlalpan, sus habitantes crearon su propia historia, llegaron a abrir calles, introducir servicios y a luchar por su reconocimiento como ciudadanos. Su historia estuvo enmarcada en la autoorganización y autogestión, las cuales surgieron como formas de hacer frente a una cotidianidad marginada. 

En 1970 cuando llegó don Ricardo a la colonia Pedregal de San Nicolás había pocas casas, la suya la construyó de lámina, no había luz ni otro servicio, cocinaba con estufa de petróleo. Cuenta que tardaron años en tener luz y que algunos vecinos se dedicaban a vender el petróleo. En palabras de él no fue una invasión lo que ocurrió en la zona porque les daban sus papeles: “fue un repoblamiento sistemático, todos llegaban con su constancia vendida por el comisariado ejidal y firmada por la mesa directiva del ejido”.

No había servicios; pero sin el agua nadie vive. Fue fortuitito que estuviera relativamente cerca el río eslava: “El río tenía agua, ¡era una chulada! Gracias al río Eslava toda la gente de esta zona tomó agua yo creo durante unos 20 años, es más hubo una cantidad de gente que tenía burritos y ellos iban por agua y te la vendían, te la traían y te decían ¿cuántos tambos quieres de agua?; así como la gente que te trae el pan y te lo vende ahora, así venían, tocaban y te decían ya le traje su agua”, palabras de don Ricardo.

Cuenta don Ricardo que tanto Padierna como Pedregal de San Nicolás tenían un plano que trazaba las calles. Con los años empezó a llegar mucha gente y era mucho trabajo acarrear el agua de los hidrantes a las casas. Además, siempre había mucha gente formada, por lo que la gente se organizó para hacer faenas y jornadas de tequio para construir las calles con el fin de que las pipas pudieran llegar a los terrenos. A él le tocó organizar hasta a 80 vecinos para las faenas. De modo que, los propios habitantes sin intervención del gobierno abrieron las calles: “El gobierno ni siquiera venía a asomarse”, según don Ricardo.

El lugar de procedencia de los habitantes era un asunto menor, no importaba si eran michoacanos o veracruzanos, trabajan todos juntos bajo un objetivo común: abrir las calles para que las pipas entraran. El acceso al agua fue un proceso lento. Llegaron las pipas y, poco a poco, se fueron formando las “paradas de pipas”, las cuales fueron administradas por los propios vecinos.

Sin embargo, de acuerdo con algunos habitantes esta forma de administración tuvo problemas puesto que los vecinos encargados se creían dueños del agua. Ante esa situación los habitantes de esta colonia propusieron a la administración delegacional en turno crear cisternas comunitarias, en total se crearon 32 cada una con capacidad de más de 30 mil litros. Para su funcionamiento la delegación puso a un encargado de la cisterna para que repartiera el agua y cada vecino tenía que llegar con su tarjetón para recoger sus dos tambos de agua; sin embargo, esta medida no fue suficiente y paralelamente siguieron operando tanto las paradas de pipas como las cisternas comunitarias.

Hacia finales de los años 70 y principios de los años 80, muchos vecinos del lugar se constituyeron en una asociación para traer más servicios. Se construyó el mercado, el panteón, las escuelas y se instalaron las terminales de camiones. Aunado a lo anterior comenzó otra lucha para conseguir la red de agua potable, después de marchas y plantones en el Zócalo lograron que en 1981 se inaugurara la red.

Fueron muchos kilómetros de la red, en palabras de Don Ricardo “fue la red más grande que se hizo durante ese periodo”. Sin embargo, la red no funcionó cómo se esparaba ya que no recibían el líquido, según información de los habitantes, la autoridad les dijo que no había agua y por eso no se les distribuía, pero ellos no creen eso.

Hoy día, la zona de los Pedregales sigue siendo una de las más castigadas, ya que el agua la reciben sólo dos veces a la semana y de manera intermitente. Algunos de sus habitantes siguen en lucha, organizandonse y exigiendo el vital líquido a la delegación; algunos otros han adoptado formas cotidianas para racionalizar el vital líquido, las cuales incluso, consisten en retirar las regaderas de los baños para evitar desperdiciar el agua. Ya sea lucha o adaptación, lo cierto es, que tres décadas enmarcan la historia de acceso al agua de los habitantes de los Pedregales, la cual ha sido una historia de lucha constante ante la inacción del Estado.